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CONJUNTOS DISJUNTOS Odio la Navidad. Y a mi madre. Sí, a mi madre también. Y es que se empeña en que sea feliz todo el rato, incluso cuando estoy resfriada. Me repite machacona que tengo que ser buena, o al menos parecerlo. Llegar a algo en la vida, — algo, que alguien me explique dónde se ubica algo y cómo se llega hasta allí—. También debo compartir, ceder el asiento a los mayores en el autobús, jugar con los niños de mi edad. Decir buenos días, por favor, gracias y qué tal está usted; no reírme a carcajadas, ni siquiera cuando alguien se cae, porque es vulgar; ahorrar una parte de mi miserable propina, que nunca se sabe cuándo la podré necesitar. Y, lo más importante, no dejar mis cosas tiradas por la habitación. Para ella el orden es primordial. Da igual que sea un orden incómodo, incoherente o trasnochado siempre que el resultado sea precioso. Para que os hagáis una idea, ordena mis libros por colores y tamaños y eso supone que, cuando voy a buscar el de matemáticas, tengo que a
  AVES DE CORRAL Harta. Estaba harta de que me estrujasen como a una uva pasa, de sus exigencias sin descanso, de correr a todas horas. Estaba a un tris de llegar a ese punto en que uno empieza a quebrarse, ¿sabes cómo te digo? Primero es una esquirla apenas perceptible en el hombro. Luego llega la enésima decepción y la esquirla se abre, florece, y una fina y delicada grieta se va expandiendo por el omóplato, atraviesa la columna vertebral, llega hasta el brazo y entonces, al mínimo contratiempo, la grieta que era solo un corte profundo y doloroso pero apenas visible se desborda, crece, se estira, te envuelve y te atrapa como la seda de un gusano y, ¡zas!, sin darte cuenta te has convertido en un capullo. Un capullo sin mariposa. Nadie a mi alrededor parecía darse cuenta. O eso creía yo. Pero no, había un hombre que sí. Me topé con él una tarde en el supermercado. Yo iba con prisa, acababan de avisar por megafonía de que iban a cerrar y tenía que coger todavía el caldo de pollo y